Creo que empiezo a ver más claramente.
Me gustaría poder transmitirte a la perfección lo que veo
ahora mismo y como mi asombro es mayor que mi poca destreza para escribir
últimamente voy a intentarlo igual: estoy en un pueblo turístico donde el agua
de mar se mezcla con la dulce, coexisten en este único y hermoso paisaje estilo
archipiélago continental. Desde donde estoy yo, una costa de arenas blancas
(llena hoteles modernos que se mimetizan con los cielos azules) se pueden ver
las cientos de islas que caracterizan la región, estas (a veces a enormes y
otras pequeñas) pueden estar habitadas o no, tener playas de arena, piedras
filosas o un denso bosque.
Mi hermano se vino a vivir acá hace algunos meses,
desarrolla casas sustentables en las islas y promueve que se preserve la
naturaleza de las mismas habitando (las no habitadas suelen ser nido de
actividades ilegales y peligrosas para el ecosistema). Aunque yo creo que lo
movió un poco su espíritu aventurero.
La gente acá vive en el agua y se traslada a las islas más
grandes en ferris, para uso particular tienen veleros, lanchas y un sistema muy
novedoso: una especie de tabla en la que entran cuatro pasajeros y se mueve con
un pequeño motor a una velocidad difícil de creer, o es que quizás yo no
navegué lo suficiente en mi vida.
Nos detuvimos a almorzar en una isla lejana y desierta con
una pequeña playa. El sol todavía no se va y me pongo a pensar que quizás
buscar en el pasado solo me sirve para encontrarme en nuevos lugares: ahora en
el medio de esta aventura, con gente adorable que me hace reír y me enseña
nuevas habilidades me doy cuenta que me la paso buscando tiburones que me
impidan llegar a la costa… ¿pero realmente me van a impedir llegar?
Espero no haberte atosigado con esta carta llena de
descripciones. ¿Cómo está Carmesí? ¿Sopa? Sospecho que él al menos nota mi
ausencia… quién diría que en tan poco tiempo me volví tan cercana a Dios.
Desde un pueblo paradisiaco, una brisa de amor.