Te preguntarás por qué no te cuento de mis actuales andanzas.
Es bastante simple. Aún me estoy curando de la ceguez que contraje hace algunos años.
Antes de abrir Carmesí ya notaba los síntomas: nubes grises se interponían entre mi imagen y la del entorno, el ruido en mi cabeza se hacía cada vez más insoportable, me detuve ahí, dejé de aventurarme en cada rincón, decidí parar e intentar resolver mi afección.
¿Sabés qué? tuve mucho miedo. Tantos años -¿Cuántos ya? ¿Cuántas vidas?- que cosechaba orgullosa mis historias, las amaba, las hacía crecer hasta dimensiones que terminaba aborreciendo, temiendo y adorando. De repente se estaban volviendo escasas y borrosas, no eran las que había amado con tanta locura, como "La Justicia" a V, me habían traicionado, abandonado por andá a saber quién. Mi naturaleza nostálgica me hacía mirar hacia atrás, recelosa, comparaba los años de juventud con esta adultez precoz y el corazón se me partía aún más.
Anhelaba volver a aquellos mundos, encontrarlos intactos como en los mejores tiempos. Por eso me fui de viaje. En ese momento solo quería encontrar la cura, pero algo en mi corazón latía inconforme.
¿Dónde estaba buscando?
Recientemente estuve en lugares hermosos. Y horribles.
Jugué y gané varias competencias de realidad virtual, demostrando que sigo siendo la enferma viciosa de siempre. La nieve otra vez abrazó mi pelo y me mostró paisajes inolvidables. Eso si, la ceguera empeoraba, apagando mi capacidad de apreciar lo que tenía frente a mis ojos.
Pero a la vez de las anécdotas lindas que podría suspirar aquí (y pienso hacerlo), la oscuridad me sigue persiguiendo y ahora que tiene conocimiento de mi problema me acosa aún más: Terminé varias veces en rituales que todavía me hacen temblar, me puse en situaciones peligrosas por no medir mis palabras y acciones... encontré personajes curiosos -y bastante peligrosos- que me mostraron sus propios escombros.
Uno de ellos me recordó un viejo proverbio chino: no busques fuera lo que está dentro.
Interpreté que debía curar el pasado para poder apreciar el presente.
Y ahora mismo escribo desde unas viejas y reconocidas ruinas.
Alguna vez acá hubo una ciudad, ni muy grande, ni muy pequeña. En crecimiento. Recuerdo haber asistido a una fiesta en estos mismos pedazos de concreto destruido, tomé daikiris en aquel patio que ahora parece las fauces de una bestia. Y no encuentro vida alguna que me explique qué sucedió.
Pero una voz en mi cabeza, tenebrosa, familiar y verdadera me susurra algunas ideas.
Dice que la ciudad murió conmigo, se desplomó junto con mi recuerdo.
Me gustaría no creerle. Pero cada vez se hace más evidente que nadie ajeno deshizo el mundo que amaba: se deshizo conmigo, soy la destructora de mis propias construcciones.
La idea, a la vez que duele tanto, me genera un nuevo entusiasmo.
¿La nube gris será el polvo de escombros que me niego a soltar?
Debo volver, debo mirar con nuevos ojos lo pasado.
Y solo entonces podré ver los cimientos de un nuevo mundo.
Bastante poético, ¿no?