sábado, 27 de mayo de 2023

El regreso

 El exterior era un desastre. 

Ya desde la ventana podía ver cómo en el interior algunas vigas estaban al borde de caerse. 

- Hace rato que está cerrado -dijo un transeúnte de la ciudad que pasaba, medio sombra.

" Si, ya sé..." saqué la llave y pareció entender, luego se deslizó por la calle y desapareció. 

Adentro reinaba el caos: las sillas sobre las mesas y las botellas llenas de polvo, algunas caídas en el suelo hechas astillas. Los espejos grandes detrás brillaban grises. Miré la carta, devaluada con el tiempo y dejé escapar una risa.

Un sonido proveniente de atrás respondió a mi ruido.

"Sopa" le dije entregando un mimo sincero "perdón por tardarme".

Pero él parecía entenderme. Siempre me espera.

"Pasaron muchas cosas" casi que lo decía con lágrimas en los ojos. 

Pero sentí una mirada gris observándome, no pude evitar sonreír.  

miércoles, 9 de agosto de 2017

Entre viejas ruinas.

Te preguntarás por qué no te cuento de mis actuales andanzas.
Es bastante simple. Aún me estoy curando de la ceguez que contraje hace algunos años.
Antes de abrir Carmesí ya notaba los síntomas: nubes grises se interponían entre mi imagen y la del entorno, el ruido en mi cabeza se hacía cada vez más insoportable, me detuve ahí, dejé de aventurarme en cada rincón, decidí parar e intentar resolver mi afección.
¿Sabés qué? tuve mucho miedo. Tantos años -¿Cuántos ya? ¿Cuántas vidas?- que cosechaba orgullosa mis historias, las amaba, las hacía crecer hasta dimensiones que terminaba aborreciendo, temiendo y adorando. De repente se estaban volviendo escasas y borrosas, no eran las que había amado con tanta locura, como "La Justicia" a V, me habían traicionado, abandonado por andá a saber quién. Mi naturaleza nostálgica me hacía mirar hacia atrás, recelosa, comparaba los años de juventud con esta adultez precoz y el corazón se me partía aún más.
Anhelaba volver a aquellos mundos, encontrarlos intactos como en los mejores tiempos. Por eso me fui de viaje. En ese momento solo quería encontrar la cura, pero algo en mi corazón latía inconforme.
¿Dónde estaba buscando?
Recientemente estuve en lugares hermosos. Y horribles.
Jugué y gané varias competencias de realidad virtual, demostrando que sigo siendo la enferma viciosa de siempre. La nieve otra vez abrazó mi pelo y me mostró paisajes inolvidables. Eso si, la ceguera empeoraba, apagando mi capacidad de apreciar lo que tenía frente a mis ojos.
Pero a la vez de las anécdotas lindas que podría suspirar aquí (y pienso hacerlo), la oscuridad me sigue persiguiendo y ahora que tiene conocimiento de mi problema me acosa aún más: Terminé varias veces en rituales que todavía me hacen temblar, me puse en situaciones peligrosas por no medir mis palabras y acciones... encontré personajes curiosos -y bastante peligrosos- que me mostraron sus propios escombros.
Uno de ellos me recordó un viejo proverbio chino: no busques fuera lo que está dentro.
Interpreté que debía curar el pasado para poder apreciar el presente.
Y ahora mismo escribo desde unas viejas y reconocidas ruinas.
Alguna vez acá hubo una ciudad, ni muy grande, ni muy pequeña. En crecimiento. Recuerdo haber asistido a una fiesta en estos mismos pedazos de concreto destruido, tomé daikiris en aquel patio que ahora parece las fauces de una bestia. Y no encuentro vida alguna que me explique qué sucedió.
Pero una voz en mi cabeza, tenebrosa, familiar y verdadera me susurra algunas ideas.
Dice que la ciudad murió conmigo, se desplomó junto con mi recuerdo.
Me gustaría no creerle. Pero cada vez se hace más evidente que nadie ajeno deshizo el mundo que amaba: se deshizo conmigo, soy la destructora de mis propias construcciones.
La idea, a la vez que duele tanto, me genera un nuevo entusiasmo.
¿La nube gris será el polvo de escombros que me niego a soltar?
Debo volver, debo mirar con nuevos ojos lo pasado.
Y solo entonces podré ver los cimientos de un nuevo mundo.
Bastante poético, ¿no?


sábado, 12 de noviembre de 2016

Por amor al recuerdo.



Volví porque había dejado una parte del corazón.
Necesito armarme, me dije mientras llegaba, y divisé este enorme edificio que había sido tantas cosas: Colegio, abandonado, colegio, oficinas y ahora abandonado de vuelta.
Me quedé un rato mirando el patio, el rectángulo de cemento rodeado por un muro de concreto tirado abajo por las circunstancias: ya no separaba los dos edificios, solo deja ver  los primeros estigmas.
Los únicos triunfales ante el paso del tiempo son los álamos, aún se levantan como un viejo recordatorio, un dulce recuerdo de lo que no pudieron hacer con nosotros, de lo que no pude hacer con vos.
Vi a mi alrededor, reconocí la gran raíz donde elegí a los hombres de mi vida, donde te nombré como heredero de mi esperanza. Pero ya no es así.
Y te juro que la idea me estremeció.
Busqué en lo alto del edificio norte: posaba, como perdida en el tiempo, esa ventana tan hermosa que me hizo soñar, ahora iluminada por el inminente atardecer parecía de otro universo.

Recordaba perfectamente el camino, era la tercera vez que lo hacía y la última fue especialmente significativa: Entrar al edificio, llegar hasta la esquina izquierda, doblar en el pasillo, abrir la primera puerta, continuar por el pasillo, enfrentarme con la escalera de caracol.
Ya no hacía falta la llave que en aquel entonces me entorpecía el recorrido.
¡Qué vértigo subir la escalera! la chapa vieja de color azul que rechinaba con cada paso, ¿se siguen usando estos peldaños? También pensar en eso me provocaba vértigo.

Arriba, para mi tranquilidad, era lo mismo. A la izquierda la gran puerta negra, a la derecha la gran puerta de madera.
Tuve el impulso de abrir la primera para asegurarme si seguía estando aquella criatura que me impidió verte la primera vez. Pero no quise arriesgarme, conocía el camino, puerta derecha, de madera de roble, tallada con tus propias manos.
Acaricié las formas de flores y bestias, paisajes oníricos de tu mundo... me preguntaba si estabas ahí, si ya me habías sentido entrar.
Casi toco la puerta, pero me pareció más adecuado hacerlo como aquella primera y última vez, por amor al recuerdo.
Empujé y estuve frente a frente con esta tarde, este sentimiento.
Admito que mis lágrimas empaparon los juguetes, intactos, la madera a los costados pulcra e impecable esperando recibir tu magia.
Quise quedarme mago, hermoso mío...
Vi tu sombra donde te encontré la primera vez, inerte. Me acerqué muy despacio y con la inocencia de aquel entonces apoyé la cabeza en la capa, colgada sobre la silla. Tu doble se debe haber alterado con mi presencia, porque deambulaba a mi alrededor, abrazaba mi sombra.
Entendí que si te veía de vuelta acá nada me aseguraba el regreso.
¿Quién era más bestia, el monstruo de la puerta izquierda o vos con tu amor envolvente?¿Quién más ermitaño?¿A caso eran lo mismo?
Perdón, no pude quedarme a esperar tu regreso.
Tampoco fui capaz de llevarme de vuelta el pedazo de mi corazón que te dejé.
Veo que lo cuidás, en la caja donde lo pusiste y prometimos esperarnos.
Ahora los tiempos cambiaron, mi amor está en otras personas, en otros lugares.
Si alguna vez podés aceptar esto te voy a estar esperando en Carmesí.
No te doy la dirección porque sé que sabés llegar... y si no, deberías dejarte volar por el barrilete, ese que siempre te lleva donde yo tengo que estar.
Nostálgica,
M.L.L

sábado, 22 de octubre de 2016

Tal vez llegue.


Creo que empiezo a ver más claramente.

Me gustaría poder transmitirte a la perfección lo que veo ahora mismo y como mi asombro es mayor que mi poca destreza para escribir últimamente voy a intentarlo igual: estoy en un pueblo turístico donde el agua de mar se mezcla con la dulce, coexisten en este único y hermoso paisaje estilo archipiélago continental. Desde donde estoy yo, una costa de arenas blancas (llena hoteles modernos que se mimetizan con los cielos azules) se pueden ver las cientos de islas que caracterizan la región, estas (a veces a enormes y otras pequeñas) pueden estar habitadas o no, tener playas de arena, piedras filosas o un denso bosque.

Mi hermano se vino a vivir acá hace algunos meses, desarrolla casas sustentables en las islas y promueve que se preserve la naturaleza de las mismas habitando (las no habitadas suelen ser nido de actividades ilegales y peligrosas para el ecosistema). Aunque yo creo que lo movió un poco su espíritu aventurero.

La gente acá vive en el agua y se traslada a las islas más grandes en ferris, para uso particular tienen veleros, lanchas y un sistema muy novedoso: una especie de tabla en la que entran cuatro pasajeros y se mueve con un pequeño motor a una velocidad difícil de creer, o es que quizás yo no navegué lo suficiente en mi vida.

Nos detuvimos a almorzar en una isla lejana y desierta con una pequeña playa. El sol todavía no se va y me pongo a pensar que quizás buscar en el pasado solo me sirve para encontrarme en nuevos lugares: ahora en el medio de esta aventura, con gente adorable que me hace reír y me enseña nuevas habilidades me doy cuenta que me la paso buscando tiburones que me impidan llegar a la costa… ¿pero realmente me van a impedir llegar?

Espero no haberte atosigado con esta carta llena de descripciones. ¿Cómo está Carmesí? ¿Sopa? Sospecho que él al menos nota mi ausencia… quién diría que en tan poco tiempo me volví tan cercana a Dios.

Desde un pueblo paradisiaco, una brisa de amor.

viernes, 15 de julio de 2016

Un Dios gato, solo.

"Estuve meditando por muchos días y decidí que mañana me voy".
Pausa sonriente.
-Así, tan impulsiva?- el personaje sombra toma un sorbo de café.
Cuatro clientes, afuera hay sol, quizás el clima adivinó mis intenciones.
"Necesito renovar un poco los aires, los buenos... Tengo la promesa de ser bien recibida en varios de los destinos y como ahora estamos en vacaciones la ciudad está vacía, solo vos venís a charlar y aunque me encanten tus historias necesito acumular más de las mías".
-¿Y el gato?
Miro con cariño al rincón de la ventana.
"Sopa es Dios, se las va a arreglar..."


Frente al vidrio está Sopa, no presta atención a la conversación de atrás: está absorto entre algún pensamiento profundo y la inquietante presencia de otro gato en el paredón del otro lado de la calle.

martes, 28 de junio de 2016

(me) Habla el jóven Galileo, Ray Bradbury.


Esa tarde no abrí el café.
Invierno, a las seis ya era noche, fría y despejada noche en aquel mirador extraño y hermoso.
Cerré los ojos: me bañaba la luz de las lunas y los planetas más cercanos, llevada por alguna conjunción o sueño pasado, escuché entre la oscuridad y el pecho una voz lenta y apasionada que recitaba esto:

"Dijeron: oh niño, aparta los ojos.
¿Apartar los ojos? dije. ¿Apartarlos de los
                                                     /vertiginosos cielos
donde  surgen y giran los astros
colmando mi corazón y haciéndome sentir que soy
                                                                                      /capaz
por esta noche y otra y otra noche
de vivir por siempre y no morir?
¿Desviar la mirada, cerrar mi voluntad y mi alma a
                                                                                        /esto?
¿A esta alegría, a este ígneo deleite que me lleva
                                                                    /a deslizarme
en medio de la noche y echarme en la hierba,
un niño a solas con el Universo,
con el canto y el poema de Dios sobre la cabeza,
para leer, conocer, cantar?
¿No saber nada de esto, volverme ciego?
¡No!¡Dios quiere que así sea! Puso en mi sangre los
                                                         /destellos refulgentes
que me inspiran, me iluminan, me encienden y me
                                                                 /aterran de amor.
Leves destellos, inmenso Sol...
Todo uno: es lo mismo.
Llamarada o tenue fuego
yo conozco y guardo todo en los ojos, el corazón y la
                                                                                         /mente.
El sabor de la noche se demora en mi lengua. Y lo
                                                                                       /digo
para que otros, no invitados por sí mismos,
                                                  /durmientes y no bravos,
sepan lo que este niño sabe y sabrá siempre:
el Universo está poblado de fuegos y de luz
y no somos más que soles más pequeños,
                                     /envueltos en piel y atrapados,
mantenidos en altares de sangre y de valiosos
                                                                                 /huesos,
que rechazan la noche."



jueves, 23 de junio de 2016

Abajo.


En mis primeros años como entidad despierta tuve la necesidad de arreglar un juguete de mi infancia, a la par de esto me hice amiga de unos vecinos de la calle que eran sumamente misteriosos: eran una familia entera de personajes de piel pálida y cabello ceniza rubia, reacios a aparecerse en público, cada tanto los veía pasar haciendo gala de su rareza, y como por ese entonces yo estaba sumida en la más absoluta oscuridad poco a poco me sumergí en su mundo.
El juguete a reparar, un perrito robot con gran sensibilidad, todavía lo tengo exhibido aquí entre las botellas de licores y puedo arruinarles el final de mi historia contándoles que nunca pude arreglarlo. El caso es que no es el final de la historia lo que interesa, sino el oscuro proceso que me llevó a intimar con un mundo que rehusaba con cierta vehemencia... proceso que de alguna forma fue detonante de que me transformara en nómada, eterna extranjera en búsqueda de un "algo" místico que disipara la oscuridad en mi interior.
Cuando le conté sobre el tema de Poochi -de su mecánica anticuada que impedía que se levantara como antes- mi amigo espectro con quien ya había acumulado por meses otro tanto de aventuras me mencionó por primera vez Abajo.
Muy a pesar de haber estado viviendo por varios años en aquella ciudad y de tener una personalidad audaz -estúpida- y curiosa nunca había escuchado el término "Abajo".
- No es un término- me dijo aquella vez, riendo con sarcasmo- es un lugar...
"¿Un pueblo cercano?"
- Una ciudad subterránea.
Me pareció ridículamente genial la idea de una ciudad subterránea, le pregunté en que lugar geográfico se encontraba y me contestó que bajo nuestros pies.
Como no siguió hablando del tema tuve que insistir con mi sutileza de acero.
"¿Y qué tiene que ver Abajo con mi perrito robot inválido?"
Por un momento -para hacerse el interesante- se quedó callado, luego soltó un suspiro y revoleó sus bucles ceniza por el aire, nervioso.
- No te lo dije bien, Abajo no es una ciudad, es un mercado- se acercó con tono de secreto- es un mercado negro.
Como dije en un principio, en aquel momento mi vida estaba perdida en una oscuridad sin retorno ni aparente fin, quizás hoy en día lo pienso con temor: mercado negro nunca fue sinónimo de algo bueno. Ese día las dos palabras sonaban a aventura.
Obviamente le insistí para que me llevara, se negó en un principio alegando que la entrada era muy exclusiva y el ambiente peligroso, además de que socialmente hablando era un lugar muy secreto.
- Una vez que entrás a ese mundo es difícil salir, si te quedás detrás de la línea roja no hay problema y hasta es divertido, pero si llegás a cruzarte al otro lado no puedo asegurarte que vas a volver a ver la luz del sol en libertad.
Dicha la advertencia me guió a la entrada más cercana: una tapa de alcantarilla a unos pasos de casa, dentro se escondía una escalera que bajaba en picada hacia un destino oscuro.  
A medida de que me adentraba en aquel lugar un frío se apoderaba de mi ser, quizás fue mi instinto de supervivencia pero fue completamente ignorado por mi cuerpo.
Abajo tenía luces de neón en su firmamento, era definitivamente una ciudad: edificios, tiendas, calles transitadas únicamente por zapatos inquietos. Nadie miraba a nadie, la gente, que bajaba desde otras entradas, se limitaba a fijar los ojos en el piso y adentrarse entre las callejuelas y tiendas que había por todos lados. Mi amigo me recomendó hacer lo mismo, porque resultaba sumamente sospechoso observar a los demás, como cometían un acto probablemente ilícito nadie quería sentirse observado.
- Además los que observan en general viene del otro lado de la línea roja- dijo, misterioso, y yo otra vez ignorante me dediqué a asentir mientras mis ojos bailaban entre los productos que se vendían a mi alrededor: animales exóticos, tiendas de ropa, accesorios, tecnología probablemente berreta, alcohol y drogas eran exhibidas como si se trataran de juguetes.
Juguetes.
Claro! "Vine a Abajo para buscar los repuestos para mi perrito robot" dije, entonces mi amigo me llevó por unas callejuelas no muy lejanas.
- Intentá recordar la salida más cercana a tu casa- pero ese no era mi plan aunque no lo dije.
Me hizo entrar en un negocio donde un amable oriental me mostró el gatito robot, el conejo, pájaro y tortuga, además de modelos que podían caminar y hacer otro tanto de piruetas. Me costó al menos media hora hacerle entender que quería arreglar el juguete por una especie de amor al pasado, no para usarlo.
Le dejé a Poochi, mi amigo me hizo marcarlo en un lugar secreto para evitar ser estafada, por un módico precio me dijo que volviera en un par de días.
Y volví, y aunque el coreano nunca solucionó el problema de mi juguete (según él no tenía tiempo) yo no dejé de ir.
De a poco fui descubriendo más salidas-entradas en distintos puntos de la ciudad, algunas estaban dentro de negocios de Arriba, otras tras puertas misteriosas en el medio de las calles.
Dejé de necesitar a mi amigo para entrar, y pude notar de a poco que en un mes conocía más cosas de las que él había conocido en años de entrar allí.
Fui haciéndome más conocida, por ende más respetada, empecé a avivarme de los estafadores que los había por montones en cada rincón.
Ante cualquier necesidad iba a Abajo, los mercados eran más baratos y variados, y aunque había que tener cuidado de que no te estén vendiendo cosas vencidas, el precio valía la pena.
Empecé a enterarme que la llamada línea roja era literalmente una gruesa línea pintada en el suelo que separaba Abajo en dos: de un lado el amplio mercado negro en el que yo me movía, con distintas entradas. Del otro lado del pincel carmesí los lugares eran más oscuros, no se veían locales sino mas bien casas cerradas y de aspecto lúgubre, figuras completamente tapadas se movían silenciosas, o se mantenían inertes apoyados en una pared, mirando nuestro lado.
A medida de que iba entendiendo a qué se dedicaba aquel lado de la línea empezaba a preocuparme por la ausencia de mi amigo. Había estado tan absorta moviéndome en el mercado que había ignorado por completo el hecho de que hacía días o quizás semanas que mi compañero de aventuras no aparecía.
Y fue un día lluvioso, durante los cuales buena parte de Abajo se inundaba que vi pasar a mi amigo, del otro lado de la línea, sostenido por  dos hombres de aspecto macabro. Alcancé a ver su cara de horror y sin pensarlo me lancé a ellos, mientras de mi lado los siempre cabizbajos levantaban la mirada asustados, preguntándose entre ellos por qué estaba metiéndome en la boca del lobo.
En el dark side también me miraban, pero con la curiosidad que tiene un felino cuando está cazando.
Firme, intentando ignorar mis propios pensamientos, me paré junto a mi compañero, lo tomé del brazo y comencé a arrastrarlo hasta la zona segura. Sentía la tensión en mi cuello y oía pasos que nos seguían, pero ni siquiera para eso me voltee.
Sin hablar, sin responder a las miradas de temor de todos fui hasta la salida más cercana y dejé ese mundo para siempre.
Si bien mi amigo me agradeció, ninguno de los dos volvió a sacar el tema, de a poco fui distanciándome de él hasta que un día me decidí a viajar por el mundo, buscar aquello intangible que desconocía.
Entre nosotros te digo, también me fui por miedo: más de una vez me pareció sentir miradas con malas intenciones siguiéndome en mi vida cotidiana. Además a esas alturas entendía que aquel lado de la línea se dedicaba a mercancía más bizarra y espantosa que juguetes chinos.
Yo no quise entender qué hacía de aquel lado mi joven compañero, y tampoco quise volverme parte de la mercancía.
Nada -y creo que ahí crecí un poco más- nada valía más que mi libertad.

Ya pasó mucho tiempo desde aquel entonces, ahora las miradas en la nuca de aquellos fantasmas no son más que pesadillas lejanas.
No pude escapar de la oscuridad: por mucho que lo intenté no fue hasta hace unos otoños que pude comprenderlo. Ella vive en mi, adentro, muy Abajo de mis cimientos. Como la misma luz de la superficie, en conjunto conforman mi estructura.