sábado, 21 de noviembre de 2015

Visitante lejana.



Una de las personas que más acudió al café ultimamente es la jovencita extranjera.
A ver, me explico... este lado es quizás infinitamente más amplio y el término "extranjero" parece aplicable a todo aquel que se mueve por las calles.
Yo misma me siento extranjera cada vez que abro los ojos.
Pero hay algo en la muchacha, algo casi mágico que me llamó la atención desde el primer día (hace un par de semanas) que se sentó en una de las mesitas junto a la ventana.
Café chico cortado, pidió, "para charlas profundas" dije instintivamente, y ella sonrió como entendiendo.
Después de  varias visitas en las que cruzamos algunas palabras me contó su historia.
-Vivo en la ciudad El Hueco, un paraíso misterioso más muerto que vivo...- me dijo en cuanto apoyé la taza de café en la mesa.
-Estuve, aunque no me adentré más allá del ingreso a la ciudad- respondí recordando aquella terrible noche en las afueras de ciudad El Hueco (pero eso es otra historia)- la verdad es que no conozco la zona de los kilómetros... es linda?
Ella se acomodó en su silla y miró el reflejo de las luces que hacían los autos al pasar por la calle. Eran las siete de la tarde, otoño, Sopa dormía sobre una silla junto a la salamandra y además de nuestra alma compartida no había nadie más en Carmesí.
- Quiero que te lo imagines, una avenida llena de luz, a la derecha un lago que parece mar con un horizonte difuso que se disuelve entre las montañas lejanas cada tarde... pero hay un problema: los fuertes vientos y sabe Dios qué Luna generan unas olas muy fuertes que suelen tapar la avenida y los bosques del lado izquierdo de la avenida.
- ¿hay bosques? - le pregunté, curiosa.
- hay bosques de árboles al suroeste de la ciudad, pero lo llamativo del Hueco no son aquellos bosques antiguos que guardan otros secretos: frente al lago hay un bosque de corales y mejillones gigantes.
Yo no respondí, un poco por ignorancia otro poco por incredulidad, sencillamente la miré esperando que se explicara mejor.
- y cuando digo gigantes -continuó después de tomar unos sorbos de café- me refiero a corales y mejillones que pueden alcanzar los diez metros de altura, hay al menos cincuenta hectáreas de estos bosques que ocupan el mismo largo que las costas de la playa (unos diez kilómetros).
"Entonces todas las tardes cuando el agua sube hay que apurarse y huir a los montes o bien alejarse de las zonas de costa, porque si el agua te encuentra seguramente te va a golpear contra el bosque de corales y mejillones.
"los que desconocen esto pueden estar en riesgo, pero  hay un guardia que cuida las zonas de peligro advirtiendo a los turistas. Quienes vivimos en la ciudad ya estamos habituados y a partir de las siete de la tarde  nos retiramos sin apuro a nuestras casas.

Después de aquel pantallazo surrealista no pude menos que emitir un sonido de admiración. Si bien estaba acostumbrada a estos relatos casi fantásticos la idea del agua arrastrándo gente a una muerte segura en manos de afilados corales o hambriendos mejillones me provocaba escalofrios.
-Definitivamente voy a visitar tu ciudad- le dije mientras llevaba la taza, cuchara y platito a la cocina.
-Visitame!- me respondió mientras dejaba veinte pesos en el mostrador- vivo más allá de los kilómetros, en los campos verdes a orillas del bosque. Preguntá por la hostería azul.
Dicho esto abandonó el café.
Mientras cerraba todo y terminaba de limpiar las mesas pensé que definitivamente algún verano visitaría la misteriosa ciudad El Hueco.


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